jueves, 5 de marzo de 2009

Viejos cuentos de miedo siguen vigentes


Raúl Gutiérrez
Revista CONTRAPUNTO
SAN SALVADOR - En 1972 y 1977, la oposición política aglutinada en la Unión Nacional Opositora (UNO) reclamó haber ganado los comicios presidenciales en ambas oportunidades, pero la oligarquía salvadoreña –como se le conocía en esos años al grupo de poder dominante, representada en ese momento por el Partido de Conciliación Nacional (PCN) —les arrebató el triunfo a través de fraudes y desató la represión como forma de perpetuarse en el poder.
Treinta y dos años después, Mauricio Funes, el Frente Farabundo Martí para Liberación Nacional (Fmln) y una alianza circunstancial variopinta, tienen como en aquélla década una “posibilidad real” de ganar el Ejecutivo el próximo 15 de marzo.
Aún cuando las circunstancias históricas son distintas y las últimas cartas todavía no han sido descubiertas, no es antojadizo hacer una comparación entre aquellos comicios y los de la víspera. El tiempo le ha dado a la izquierda otra vez la oportunidad de pararse en el umbral de la puerta de la historia, que lo podría conducir a controlar el Ejecutivo. En aquellas fechas, el 72 y 77, se cruzó el umbral con los votos de la gente, pero los militares y la oligarquía la sacaron a patadas.
Tiempos de conciliaciónAntonio Morales Erlich, candidato a la vicepresidencia por la UNO en 1977, está convencido de que la derecha les robó la victoria en las dos ocasiones.
“A Napoleón Duarte lo despojaron de la presidencia en 1972”. Él (y Manuel Ungo, candidato a la vicepresidencia) había ganado por 25.000 votos, reclama Erlich, en unas elecciones en las que estaban registrados un poco más de un millón de votantes.
El historiador Knut Walter en la publicación del Banco Agrícola, El Salvador: La república, 2000, describe:
“Por la tarde del día de las elecciones, el CCE anunció la victoria del coronel Molina con 314,448 votos sobre 292,621 de Duarte. Pero el candidato opositor mostró cifras recopiladas por la UNO que lo situaban a él a la cabeza con 326,968 votos sobre 317,535 del Partido de Conciliación Nacional, PCN”.
Al día siguiente, la Junta Electoral Departamental de San Salvador ofreció resultados que causaron un gran revuelo, porque los votos que recibió Duarte en San Salvador resultaban ser muchos más que los que había anunciado el CCE el día anterior.
Incluso, la diferencia de los resultados del departamento de San Salvador parecía darle el gane a Duarte a nivel nacional. Sin embargo, el CCE se empecinó en que sus resultados eran válidos y que Molina había recibido más votos que Duarte, más no la mayoría, por lo que la elección del próximo presidente tendría que efectuarla la Asamblea Legislativa, donde el PCN contaba con más que suficientes diputados para imponer su voluntad.
Duarte habría sido escogido por su carisma, estilo populista y su éxito como alcalde de San Salvador; era bien visto en otras ciudades importantes del país y tendría eco en las zonas rurales, despertando grandes expectativas entre el electorado, argumenta Walter.
En el relato de Erlich sobre los acontecimientos de esos años, salpican muy a menudo los vocablos picardía, fraude y represión. Él narra que el PCN, al darse cuenta de que habían perdido las elecciones del 20 de febrero de 1972, alteró las actas electorales y utilizando el control que ostentaba sobre todo el aparato estatal, incluyendo el desaparecido Consejo Central de Elecciones (CCE), hoy Tribunal Supremo Electoral, TSE, se declaró ganador y punto.
Ahí no valían los resultados genuinos, ni reclamos ni denuncias. Y como las protestan continuaron, la dictadura militar en ese entonces encabezada por el presidente y general Fidel Sánchez Hernández acalló cualquier voz y exilió a Duarte y otros dirigentes de la oposición. El resultado: el candidato por el PCN, coronel Arturo Armando Molina –padre del actual ministro de Defensa-, fue declarado presidente legítimo.
Las elecciones legislativas y municipales de 1972, 1974 y 1976, también fueron marcadas por irregularidades, el chantaje, campañas de miedo por la “amenaza comunista” y la represión.
“La Democracia Cristiana siempre ha estado al lado del comunismo; si ganan se van a eliminar la libertad de prensa y la iniciativa privada”, era uno de los titulares del ultra conservador El Diario de Hoy, recuerda Erlich.
Operación tamalPara los comicios presidenciales de febrero de 1977, la UNO, integrada por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y la Unión Demócrata Nacionalista (UDN), decidió dar un giro a su estrategia electoral y “jugar en la misma cancha y con los mismos jugadores” que la derecha, narra Erlich, en referencia a que postularon como candidato a la presidencia al coronel Ernesto Claramount.
“Claramount se ganó un lugar en la historia de El Salvador; estoy seguro que también ganamos las elecciones de febrero de 1977”, insiste el ex alcalde de San Salvador y miembro prominente del gobierno de Duarte entre 1984 y 1989.
Él cita, como ejemplo del triunfo, que en el municipio de Mejicanos, la UNO había ganado con 18.000 votos sobre 6.000 del PCN.
“Eso fue antes de que la extinta Guardia Nacional (GN), sacara a nuestros representantes a punto de fusil del centro de votaciones, incluyendo a mi hermano que era presidente la junta receptora de votos. Seguido representantes del PCN y personeros del CCE ‘elaboraron’ nuevas actas y se autodenominaron ganadores”, rememora el ex dirigente democristiano.
A ese fraude el PCN le denominó “Operación tamal”. Consistía en el relleno de urnas con votos a favor del PCN marcados con anterioridad al día de las elecciones y que luego eran depositadas por grupos de personas que llegaban a los centros de votación con las papeletas bajo su ropa y las depositaban en grandes cantidades.
La noche del 28 de febrero, y tras varios días de protesta por el fraude, el gobierno reprimió a los manifestantes concentrados en la plaza Libertad, lo que dejó varios opositores muertos y la desaparición y exilio de cientos de líderes políticos, obreros y estudiantiles. La historia se volvió a escribir a favor del poder oligárquico.
“El PCN fue y sigue siendo especialista en fraudes”, resume Erlich, que durante varios años vivió en el exilio en Costa Rica.
Según sociólogos e historiadores, esos acontecimientos cerraron la vía electoral como forma de alternancia en el gobierno y se convirtieron en uno de los detonantes de la guerra civil entre 1980 y 1992.

Hoy día, como en esos años, los nuevos grupos de poder –respaldados por la mayoría de medios de comunicación— se aferran al poder y se oponen obstinadamente a la alternancia política, uno de los ejes vitales del juego democrático establecido en los Acuerdos de Paz, firmados por el ex presidente Alfredo Cristiani.
Hoy en día, ya no hay maniobras burdas como la Operación Tamal, pero los grupos de poder echan mano de todas la argucias habidas y por haber, incluida la guerra sicológica, para negar la alternancia.
Esos mismos sectores han desplegado una campaña sucia “atroz y denigrante” –como lo han denominado observadores internacional— contra los candidatos opositores a quienes acusan de haber asesinado y querer entregar el país a Cuba y Venezuela, tratando de ignorar que el pacto de paz de enero de 1992 concedió derechos plenos para aspirar a cargos públicos, incluyendo la vicepresidencia.
Una vieja fábula
Roberto Turcios, catedrático e historiador, en una de sus columnas publicadas en La Prensa Gráfica (LPG) de fines de febrero, señaló que cuando los grupos en el poder enfrentan desafíos opositores aumentan los argumentos anticomunistas y que a lo largo de medio siglo han lanzado ese discurso, a menudo complementado con referencias a conspiraciones preparadas desde el exterior.
“Elecciones, golpes de Estado o debates fundamentales han transcurrido bajo los signos del fervor anticomunista y la justificación del grupo en el poder como única garantía de estabilidad”, asegura Turcios.
Y agrega que en marzo de 1951, “el presidente Osorio denunció una conspiración contra su gobierno, en la que participaban aquellos que perteneciendo a organizaciones internacionales pretenden establecer en El Salvador un Estado comunista. En la elección de 1956, el candidato oficialista, cuando cerraba su campaña, declaró que la contienda tenía una importancia excepcional: La salvación o la destrucción definitiva de la república.
Y más en el último tiempo, cuando el anticomunismo y la intolerancia tienden a aparecer como los únicos metros para medir a la patria, entonces el poder no necesita más, porque se ve como gran jefe y señor de la estabilidad excluyente, finaliza Turcios.
Esa falta de cultura política de la clase dominante, ahora representada en Arena, se expresa en la campaña sucia en los medios de difusión, la complicidad de muchos de éstos con esa visión anacrónica de país, la participación del presidente Antonio Saca y otros funcionarios (prohibido por ley) en actos proselitistas, y las irregularidades que han caracterizado a todo el proceso electoral.
Aun así y a escasos 10 días de la elección presidencial, la suerte no está echada. Lo que si está claro, independientemente de quien gane los comicios, es que la derecha salvadoreña sigue anclada a su caverna política, sembrando odios y miedos e intentando mantenerse en el poder a toda costa e ignorando que la democracia tiene normas fundamentales donde todos caben, allende de los colores políticos e ideológicos.(FIN/05.03.09)

martes, 3 de marzo de 2009

Es la economía… y la inseguridad

Del periodico El Faro (Editorial)

No se trata de fábricas de empleos ni ferias del empleo. Más allá de la demagogia, los candidatos a la presidencia de la República han dejado de lado la discusión a fondo sobre los dos principales problemas del país: la economía y la inseguridad.

El Salvador enfrenta ya el golpe de la crisis económica mundial con una situación precaria. Antes de que la crisis se declarara en Estados Unidos, los informes para El Salvador consignaban ya que sólo uno de cada cinco salvadoreños tenía un empleo digno y que los índices de pobreza habían retrocedido ya por debajo de los que recibió el presidente Saca cuando asumió el poder.

Ahora la situación es aún más grave. El Estado no tiene liquidez suficiente para cubrir los subsidios y el sector privado está en apuros, con el consecuente despido de miles de empleados formales. Un reciente informe de la calificadora de riesgos Fitch Ratings advierte que, independientemente de quién gane las elecciones de marzo, el país sólo podrá salir de la crisis con un acuerdo nacional en el que las dos principales fuerzas políticas sean parte esencial. Sus previsiones para el cierre de este año no auguran crecimiento económico, igual que J.P.Morgan, que predice un decrecimiento de medio punto en la economía nacional. Con las remesas y las exportaciones en declive, la crisis requiere de reformas a fondo y políticas que cuenten con la participación y la intervención de todos los sectores.

En materia de seguridad pública, mientras el aparato del Estado parece volcado a la campaña presidencial del partido de gobierno, los homicidios se han elevado nuevamente y el narcotráfico y el crimen organizado amenazan ya con instalarse en El Salvador. No han funcionado las políticas de seguridad pública de los últimos gobiernos, y los salvadoreños seguimos expuestos a asaltos, extorsiones, amenazas y asesinatos. Para combatir esto, también, se requiere de políticas de Estado y no de partido. De grandes acuerdos con la participación activa de los tres poderes y de todos los líderes políticos. Es urgente.

Lamentablemente, las campañas presidenciales parecen ir en sentido contrario. Lejos de llamar a la unidad y de convocar al país entero, han acentuado sus diferencias y se posicionan como representantes de la mitad de los salvadoreños.

En estas circunstancias, un debate directo entre los dos candidatos presidenciales podría darnos más luz a los salvadoreños sobre sus propuestas para hacer frente a esta crisis. El debate de sus ideas y la profundización de sus planes serían puestos a prueba por ellos mismos de cara a la nación. Lamentablemente no habrá tal cosa. La negativa del candidato arenero a presentarse frente a su rival ha impedido que los salvadoreños podamos contar con ello.

Ahora, a dos semanas de una elección sin precedentes, hacemos un llamado a los dos candidatos a que aborden estos, que son nuestros principales problemas. Si pretenden dirigir los destinos del país, ya es hora de que comiencen a hablar justamente de este país y de que nos digan cómo enfrentarán nuestra realidad a partir del 1 de junio, cuando uno de ellos tome posesión.

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Un canto a la vida.

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