miércoles, 10 de agosto de 2011

EL JUEZ ELOY VELASCO Y LA MASACRE DE LOS JESUITAS. LA DOCUMENTACIÓN (II ENTREGA). EL MOTIVO: MANTENERSE EN EL PODER

Los jesuitas, especialmente Ignacio Ellacuría, habían asumido el liderazgo de presionar para que la negociación se llevase a cabo. Ese fue el motivo fundamental de su asesinato.
Ellacuría, al que ya se conocía por haber actuado como mediador experimentado en la liberación de la hija de un ex presidente a la que habían secuestrado, era el único intermediario que hablaba con todas las partes: desde el FMLN pasando por ARENA hasta la embajada de EE. UU. Actuaba de puente entre el presidente Cristiani y los rebeldes. Los comandantes del FMLN le respetaban, incluso se reunió con los rebeldes estando en desacuerdo con sus planteamientos, particularmente en un importante encuentro celebrado en Managua. También se entrevistaba con Cristiani, afirmaba que “no era sólo una marioneta de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA)”. En total, se estima que el rector de la UCA “tomó no menos de cuatrocientas medidas para llevar la paz a El Salvador”. En el momento de su muerte, más que cualquier otra figura individual, Ellacuría se había convertido en el punto de apoyo de la elaboración de un posible acuerdo para acabar con la guerra civil.
Los Jesuitas y los religiosos de otras ordenes habían sido durante mucho tiempo el objetivo de los militantes de la extrema derecha; hecho que evidencian los aproximadamente 250 incidentes de amenazas, atentados, expulsiones y asesinatos que se llevaron a cabo en el Salvador culpando a la Iglesia de “incitar” a los campesinos, y de formar parte de una conspiración comunista internacional “al servicio del Kremlin”.
Como teólogos de la liberación, a los jesuitas se les acusaba sobre todo de enseñar la “opción preferencial por los pobres” en los colegios más elitistas del país (y por tanto, de “envenenar la mente de los jóvenes”), y se ganaron la eterna enemistad de los terratenientes salvadoreños por su histórico apoyo a la reforma agraria.
Como algunos de sus estudiantes habían sido esenciales en el nacimiento de la rebelión armada, a los jesuitas se les consideraba responsables del surgimiento de la disidencia (y por tanto, del movimiento de la guerrilla y de la guerra en sí). A Ellacuría se le acusó en repetidas ocasiones de ser “uno de los principales consejeros y estrategas del FMLN” a pesar de su punto de vista de que una victoria del FMLN no era posible.
Los Jesuitas habían sido un blanco durante toda la década: amenazas de muerte, registros y atentados en la UCA... con ataques que fueron creciendo en intensidad y en número durante 1989. Las amenazas que se referían expresamente al rector Ellacuría, habían comenzado allá por el año 1980. Posteriormente, los nombres de Segundo Montes y de Jon Sobrino comenzaron a aparecer con frecuencia. Para el año 1989, las acusaciones contra los líderes de la UCA se habían vuelto cada vez más virulentas: los jesuitas eran “extranjeros enviados por España para recolonizar el país”; eran los líderes de “hordas de terroristas” y lo más importante, eran los líderes intelectuales, el “cerebro” del FMLN.
El Vice Ministro de Defensa Juan Orlando Zepeda, alegó incluso que los sacerdotes eran cómplices del asesinato del Fiscal General de El Salvador. El líder de la Tandona había advertido públicamente: “El enemigo está entre nosotros. Debe ser identificado y denunciado. Por tanto, pedimos a la gente que confíe en nosotros, porque vamos a tomar la decisión final para resolver esta situación.”
Este odio se originó en la creencia de que los marxistas habían penetrado en la Iglesia. Los partidarios de la línea dura, estaban profundamente influidos por la Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL) que consideraba enemigos a los sacerdotes. Esta organización estaba encabezada por figuras abiertamente simpatizantes de Hitler, y reunía en su seno a los fundadores más famosos de los escuadrones de la muerte y a los responsables de idear la represión militar en Latinoamérica. En El Salvador entre 1972 y 1991, dieciocho sacerdotes católicos, tres monjas norteamericanas y un norteamericano laico que trabajaba en la iglesia fueron asesinados o “desaparecieron”.
El papel de la Iglesia como mediadora para tratar de acabar con la sangrienta guerra civil les granjeó la enemistad de la extrema derecha. La muerte del arzobispo Oscar Romero, asesinado por un escuadrón de la muerte militar/civil en 1980 ilustra el establecimiento de un inquietante patrón que recuerda al de los asesinatos de los jesuitas: antes de emitir sus amenazas de muerte, la intensidad de las mismas creció en proporción a la perspectiva del éxito de la negociación, finalmente el arzobispo Romero fue asesinado. Una de esas amenazas, recibida justo cuando parecía que el arzobispo iba a conseguir que el presidente estadounidense Jimmy Carter cortase la ayuda militar y apoyase las negociaciones, hizo uso de un lenguaje similar al de las amenazas recibidas por varios de los Jesuitas asesinados diez años más tarde: “La esvástica, símbolo del amargo enemigo del comunismo, es nuestro emblema.
En respuesta a los traidores ataques en nuestra Patria, nos hemos… armado, y ahora comenzamos a erradicar las lesiones cancerígenas… Usted, Monseñor, está a la cabeza de un grupo de sacerdotes que en cualquier momento recibirá treinta proyectiles en la cara y en el pecho… LA FALANGE”.
Cada vez había más presión respecto de alcanzar una solución negociada al conflicto en los meses inmediatamente anteriores al asesinato de los Jesuitas.
La línea dura centró su atención en obstaculizarla teniendo en cuenta que el elemento central de la negociación era la expulsión de la Tandona del poder. En el contexto de la ratificación del plan de paz regional Esquipulas II de agosto de 1989, el Rector Ellacuría se reunió con el Presidente Cristiani; y posteriormente, por primera vez, las negociaciones celebradas en México D.F. entre el gobierno y el FMLN mostraron verdaderos avances. A mediados de septiembre, Ellacuría había emitido declaraciones cada vez más favorables acerca del gobierno de Cristiani, mientras hacía un llamamiento público al FMLN para que renunciase a algunas de sus demandas y para que se alejara de la opción militar.
La reunión de Costa Rica del 16 al 18 de octubre entre el gobierno y el FMLN, celebrada un mes antes de la masacre de los jesuitas, fue la reunión clave y se centró en lo que para los rebeldes era el punto central de la negociación: la reestructuración de las Fuerzas Armadas y la eliminación de la Tandona al completo así como de su principal aliado, el Comandante General de la Fuerza Aérea Juan Bustillo.
Para la Tandona, esto era inasumible. No sólo parecía que Ellacuría había logrado influir en Cristiani mediante la tutela que había ejercido en las negociaciones, eliminando de ese modo a un aliado clave, sino que también había logrado que las negociaciones se centrasen en analizar el futuro de la propia Tandona.
Se celebraron manifestaciones multitudinarias a favor de la paz frente a la Catedral Nacional mientras que la eliminación de la Tandona ganaba apoyo internacional y popular. Más que cualquier otra demanda, esta potenció la legitimidad del FMLN desde la reforma del ejército, era su “argumento más poderoso y legítimo”. La Tandona permanecía intransigente y en lo que constituyó una clara amenaza, el Ministro de Defensa Larios, rodeado de su personal veterano y de los comandantes de casi todas las unidades del país aparecía en todos los medios de comunicación expresando “dudas” sobre las negociaciones. El ministro de Defensa consideraba que la idea de la “depuración”, era “absurda, ridícula e imposible”. Dos días más tarde, el Presidente Cristiani declaraba, en lo que pareció ser un cambio radical de posición, que nunca permitiría que el FMLN dictase la reestructuración de las Fuerzas Armadas. Pero la respuesta del FMLN del 25 de octubre presionó aún más a la Tandona: “Sin la purga de las Fuerzas Armadas de sus miembros asesinos y corruptos, no hay ninguna posibilidad para la democracia, y sin democracia, no puede haber paz”.
Se culpó repetidamente a los jesuitas de ser “el cerebro” oculto de las negociaciones y, a finales de octubre, el coche de Ignacio Ellacuría y de su compañero jesuita Segundo Montes apareció pintado con esvásticas que recordaban notablemente a las que le habían enviado al arzobispo Romero. Las palabras pintadas en su coche también resultaban familiares: “Muerte a los comunistas de la UCA”.
A esto le siguió el atentado contra FENASTRAS, una confederación independiente de sindicatos, el 31 de octubre, que mató a nueve líderes sindicales e hirió a más de 40: un sangriento episodio que se consideró el primer golpe de una nueva oleada de “guerra contra las masas”. El atentado de FENASTRAS obtuvo el efecto de que el FMLN abortase las negociaciones de paz de forma inmediata y, el 11 de noviembre de 1989, lanzó la ofensiva militar más importante del conflicto con éxito inesperado en San Salvador que sorprendió a los lideres del ejercito.
En medio de este nuevo estallido bélico, Ellacuría, que había venido a recoger un premio, volvió de España el 13 de noviembre de 1989, tres días antes de su asesinato, para reanudar sus esfuerzos con el objetivo de lograr un acuerdo.
El presidente Cristiani se había puesto en contacto con él para proponerle unirse a una comisión de investigación cuyo objetivo era determinar la responsabilidad del atentado de FENASTRAS.
El día de su vuelta, incluso mientras miembros de las Fuerzas Armadas y sus aliados civiles ya planeaban darle muerte, tres miembros del FMLN se pusieron en contacto con el rector de la UCA para que ayudase a establecer “nuevos contactos entre el FMLN y el gobierno para debatir sobre las negociaciones de paz”.
Entonces Ellacuría se puso en contacto con oficiales jóvenes del ejército que él creía accederían a hablar con el FMLN. La retirada de la Tandona del liderazgo del ejército resultó ser el punto central del acuerdo entre los oficiales jóvenes y el FMLN.
Si los miembros de la Tandona eran conscientes de que se estaba planeando una repetición del golpe de 1979 de los oficiales reformistas se desconoce. Pero, dados los antecedentes de los anteriores golpes militares internos de 1977 y 1979, los oficiales veteranos tenían que estar temiendo un acontecimiento de este tipo.
El 15 de noviembre de 1989, los oficiales jóvenes comunicaron a Ellacuría que las negociaciones se habían aprobado y, posteriormente, informaron al FMLN de que “los preparativos iban por buen camino”.
Ese mismo día, miembros del ejército dieron la orden de asesinar a los Jesuitas y de no dejar testigos.

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