Muy pocos fenómenos de la existencia logran hacer confluir las categorías de religión, política y cultura. Uno de ellos es la aparición de la Virgen María en la expresión guadalupana. Un evento que satisface la concepción cultural, la concepción política y la concepción religiosa.
Se suele ironizar diciendo que los laicos-ateos mexicanos suelen afirmar: "Dios no existe, pero ciertamente, la Virgen de Guadalupe es su mamá". Para decir que uno se puede permitir dudar de la categoría religiosa, pero no logra negar la fuerza cultural que ella tiene.
Evidentemente, para alguien que profese la fe cristiana, pesa más el otro elemento, la firmación de la exitencia de Dios a partir de la teofanía presente en el fenómeno religioso de la aparición mariana.
I. Hablemos primero del espacio político. Evítese de inmediato vincular en este post la política a los partidos políticos, aunque estos últimos tengan algo que ver con ella.
La primera constatación para una persona que participa como expectador en una celebración guadalupana es que se trata de un fenómeno eminentemente popular. Es decir, aunque en los orígenes del acontecimiento esté la teología cristiana como elemento complejo, lejano de los naturales procesos populares y culturales, en el devenir histórico el pueblo se apropia del fenómeno por motivos que sólo la relación entre lo cultural, lo religioso y político pueden explicar.
Que la Virgen se le aparezca a un indio, y que el rostro de ella sea moreno determina nuestro argumento. De momento significa que toda expresión de la revelación divina pasa necesariamente por una cultura, por un contexto político, y por los problemas sociales que afrontan las poblaciones de frente al domino colonizador. En este punto carece de sentido discutir si la existencia de Juan Diego es fruto de un relato mitológico o si es un dato histórico. Por más maniobras que hagan los sutiles intelectuales, cuando la tradición entra en el pueblo, su fuerza es inapelable.
La concepción de la polis, de la civitas y de la urbe han sido impuestas a los indígenas americanos. Por tanto, que la Virgen quiera aparecerse a Juan Diego significa afirmar la cultura de los destinatarios de la aparición. Nuestro argumento no llega hasta el punto de afirmar también la bondad moral del que recibe el mensaje mariano, eso es materia para predicadores.
Los argumentos de Bartolomé de las Casas en sus crónicas del descubrimiento se detienen en los puntos siguientes: a) Los indígenas no usan vestidos sobre sus cuerpos, viven en un estado natural; b) son mansos y no dados a la violencia -exceptuando algunos casos particulares-; c) que es voluntad de Dios el que se descubrieran las tierras americanas; d) que la mansedumbre de estas gentes es terreno fertil para convertirlas a la fe cristiana; e) que el método a utilizar para evangelizarlos debe ser pacífico y apegado al derecho natural, divino y de las gentes; f) que los indígenas creían que los españoles procedían del cielo; g) que los colonizadores destruyeron las Indias o tierras americanas con el afán de recolectar la mayor cantidad de oro posible.
Según Las Casas, la posibilidad de "civilizar" a los indígenas pasa necesariamente por el proceso de evangelización. Tal proceso supone la sujeción de la cultura y forma de organización de los indígenas a la visión cristiana que de esas categorías tiene el colonizador. Por tanto, lo primero que surge no es la organización política, sino las formas de organización urbana en el modo que las entienden los colonizadores del siglo XVI. La adiministración de la res publica, como posibilitación de las formas complejas de organización es un fenómeno tardío, que surge en el contexto de la crisis provocada por la destrucción de las culturas originarias, la conservación de aquello que se pueda conservar de ellas y las nuevas formas de organización política surgidas a partir de la independencia.
Cuando llega la independencia, los factores religión-política-cultura han caído en un sincretismo tal, del que dificilmente se podrá escapar en los siglos sucesivos. Hasta la actualidad se puede constatar religiones que piden favores al sistema político, políticos que necesitan el favor de las religiones para vencer elecciones. Además, se da un distanciamiento y una confusión respecto de los valores culturales originarios. Se necesita un esfuerzo redoblado para ser fieles a la propia cultura.
En ese sentido, lo político se constituye en el ámbito en que se da la expresión religiosa y cultural. Entre la cultura originaria y las formas culturales actuales median muchos siglos de transformaciones históricas, muchas formas de falseamiento de los valores colturales y todo vehiculado por las tradiciones religiosas, que siempre -exceptuando las supuestas culturas laicas- han pretendedido tener la última palabra en este debate.
II. En cambio el ethos cultural es más complicado. En este caso de la aparición de la Virgen puede significar: primero, y en sentido negativo, una forma más de dominación religiosa sobre el pueblo. Segundo, y en sentido positivo, una forma de acercamiento cultural de la revelación cristiana a la cultura objeto de dominación. En el primer caso los agentes más interesados son las élites religiosas, políticas y económicas, ocupadas en el aumento del dominio ejercido sobre el pueblo. En el segundo caso, el principal interesado es el pueblo, que percibe una evidente cercanía de Dios a su cultura.
En el caso más grave, y dada la esencialidad de la cultura para posibilitar el proceso evangelizador, cuando se daña la cultura -como de hecho sucedió en los pueblos americanos- se daña gravemente el mismo proceso evangelizador. Entonces, toda posibilidad de éxito en los procesos contemporáneos de evangelización pasa necesariamente por el respeto de las culturas originarias y por el respeto de las expresiones culturales actuales.
La mutua implicación entre cultura y religión es puesta en peligro por los fenómenos migratorios y de urbanización, en donde las identidades culturales son debilitadas o destruidas. En esa línea, la preservación de las tradiciones del tipo de la aparición de la guadalupana, puede bien ayudar a mantener los principios orginarios de la cultura y de la religión, siempre y cuando se mantenga el equilibrio entre la expresión popular del fenómeno y el análisis crítico del mismo.
III. En fin, el factor religioso. Si la colonización es vista dentro de los designios salvíficos de Dios, entonces eso obliga a pasar de la negación de la capacidad de los indígenas para adorar a Dios, apelando a su estado salvaje, a la capacidad que ellos puedan tener de recibir desde su libertad el don de la gracia divina. Como dirían los medievales ¿tienen los indígenas una potentia oboedientialis? La cuestión interesa en modo consciente al colonizador, de donde parte el afán evangelizador. Al indígena no podía interesarle, pues desconocía los presupuesto doctrinales de la cuestión. Por tanto, era necesario pasar a un proceso forzado de catequesis para suscitar en ellos el interés por la fe cristiana. En ese proceso catequético se jugó la potencia colonizadora la gloria y la miseria de la evangelización en tierras americanas. La indagación en esas fuentes metodológicas tiene la clave para entender mejor la fenomenología religiosa-cristiana del presente momento histórico.
Si los medios de evangelización estaban en manos de los religiosos y clérigos que acompañan el proceso colonizador, entonces, para poder tener algún grado de incidencia en la cuestión religiosa había que formar parte de la jerarquía, y así se plantea la pregunta: ¿a partir de qué siglo los indígenas comenzaron a ser ordenados sacerdotes e inician a formar parte de la jerarquía de la Iglesia? Es pertinente también la otra cuestión: ¿en qué momento los fieles laicos -indígenas- inician a tener protagonismo en la acción evangelizadora de la Iglesia?
La correlación entre política, religión y cultura son indispensables para situar la propia existencia, individual y colectiva.
En la ciudad desde la que se escriben estas letras (San Vicente, El Salvador) se celebra actualmente el 375 aniversario de la llegada de los españoles al actual asentamiento urbano y la respectiva fundación de la ciudad. El acto lo realizan autoridades políticas y edilicias en una eclatante confusión de fechas y lugares, bajo un árbol de tempisque, donde se supone acamparon la primeras familias que fundaron la ciudad. Con ello se pasa totalmente por alto, los asentamientos indígenas que dieron origen a tal ciudad, que sin duda era la plaza de comercio impuesta por el colonizador, ubicada exactamente en un punto equidistante entre los tres asentamientos indígenas de los que se tiene prueba histórica: tecoluca-tehuacán, apastepeque e ixtepeque-tepetitán.
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