La muerte de Rutilio Grande marcó una etapa significativa en la correlación entre las fuerzas implicadas en el proceso social salvadoreño: por una parte el Gobierno, los militares, la oligarquía, los escuadrones de la muerte y los intereses de la política exterior norteamericana; por otra parte, la Iglesia y su doctrina social; en fin, el movimiento revolucionario y los intereses del bloque soviético. Evidentemente, había un fuerte grado de afinidad entre los motivos de lucha de los marxistas y los principios que rigen la Doctrina Social Cristiana, impulsados por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia de Medellín (1968). Las primeras fuerzas, Gobierno y compañía, vieron en la Iglesia apegada a la organización social y a los movimientos marxistas un enemigo común a combatir. Así se explica que los grupos terroristas vinculados a la CIA y agrupados bajo el nombre del Grupo de Santa Fe acusaran a la Iglesia de estar infiltrada de marxismo y, por tanto, dan el santo y seña de atacarla con fuerza.
Pero, para entonces, el movimiento guerrillero ya tenía mucha fuerza. A la muerte de Rutilio Grande, las FPL responden con el asesinato de un canciller. A la muerte del canciller Borgonovo responden el Gobierno con la muerte del sacerdote Alfonso Navarro. De ahí en adelante esa espiral no se detendrá, hasta llegar al asesinato de los jesuitas de la UCA (1989), una muerte anunciada ya desde el inicio de las primeras campañas anticomunistas.
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