Foto: Antonio Gramsci
En las sociedades
capitalistas, el control de la clase burguesa sobre el resto de clases
sociales, y en particular sobre la clase trabajadora, no está determinado
únicamente por el control de la propiedad de los medios de producción y/o por
el uso de la fuerza policial o del ejército. Más bien, y como lo señala Antonio
Gramsci (Cuadernos de la Cárcel, 1929-1930 ) esta capacidad de control está
determinada por la hegemonía de la clase burguesa, es decir, por su capacidad
de controlar las ideas y las voluntades de todas las clases sociales, y
unificarlas en torno un proyecto histórico de desarrollo capitalista, que actúa
como una especie de imaginario social colectivo en donde se cree profundamente
que los intereses económicos, políticos, jurídicos y sociales de la clase
capitalista son coincidentes con los intereses del resto de la sociedad.
De acuerdo a Gramsci, el éxito de la hegemonía de la
clase capitalista depende de su capacidad de disponer de un discurso coherente
y atrayente que les haga creer a los sectores dominados (y a sus aliados) que
existe un “bien común” o “un interés nacional”, que supera las diferencias o
contradicciones de clase o las ideologías de derecha o de izquierda, y al cual
deben supeditarse las voluntades y acciones de todos y todas. En la elaboración
y difusión de este discurso, son importantes los intelectuales orgánicos
(profesores, analistas, editorialistas, curas, pastores, comunicadores,
académicos, escritores, eruditos, etc.) que se encargan de que educar y/ formar
a la opinión pública en eso que se llama “el sentido común”.
La labor de los intelectuales orgánicos de la clase
dominante es dar continuidad y actualidad a la función del sistema educativo.
En el capitalismo, el sistema educativo tiene la función de “depositar” en la
mente de los niños y niñas desde la más temprana edad, ideas como “Patria”,
“Nación”, “Orden Constitucional”, “Sometimiento a la Ley”, “valores cívicos”,
“productividad”, “competitividad”, “liderazgo”, “familia”, entre otras muchas
ideas que contribuyen a reproducir las relaciones burguesas de poder. El
sistema educativo en el capitalismo no solo forma la fuerza de trabajo que necesita
el capital para su valorización y reproducción sino que “concientiza” a las
personas sobre la legitimidad de la estructura jurídica, política e ideológica
que corresponde a las relaciones capitalistas de producción, circulación y
distribución.
La capacidad de hegemonía de la clase capitalista se
refleja así en la conformación de un bloque hegemónico, que está integrado por
alianzas más o menos estables entre fracciones de la clase dominante, y
alianzas entre la clase dominante y las clases dominadas. En su conjunto, estas
alianzas tienden a desdibujar o a impedir el surgimiento de la conciencia en sí
y para sí de la clase trabajadora y a desactivar su potencial revolucionario.
El mantenimiento de estas alianzas es lo que permite el funcionamiento del bloque
histórico
El bloque histórico no es nada más que una forma de
referirse al vínculo que en un determinado momento de la historia de un país
existe entre los elementos económicos o estructurales de un sistema económico
(fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción) y los elementos
no económicos o superestructurales de ese sistema económico (Sociedad Civil y
Sociedad Política).
Sobre el concepto de sociedad civil y sociedad
política, Gramsci señala que “se pueden fijar dos grandes planos superestructurales,
aquel que se puede llamar de la sociedad civil, es decir del conjunto de
organismos vulgarmente llamados “privados” y aquel de la sociedad política o
Estado, que corresponden (respectivamente) a la función de hegemonía que el
grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad y aquel de dominio directo o de
mando que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico”.
De acuerdo a esta definición, la sociedad civil es el
espacio en donde se forma los consensos en torno al proyecto capitalista de
desarrollo y se promueve la adhesión de las clases dominadas a los intereses de
las clases dominantes. Este espacio estaría formado por los gremios
empresariales, iglesias, universidades, instituciones educativas, gremios
profesionales, “tanques de pensamiento”, sindicatos, cooperativas, medios de
comunicación, entre otras organizaciones que forman el tejido social. Los
partidos políticos serían parte de la sociedad civil, y no “un sector aparte”
como se supone en el uso no marxista del término sociedad civil, como por
ejemplo, la definición impuesta por el Banco Mundial.
La sociedad política en cambio, estaría conformada por
las instituciones que realizan la función coercitiva y de dominio directo, para
hacen cumplir la ley y el orden capitalista, que se sintetizan en la estructura
de poderes del Estado (Ejecutivo, Asamblea Legislativa, Órgano Judicial,
Fuerzas armadas, municipalidades y entidades autónomas). El nexo principal
(pero no el único) entre la sociedad civil y la sociedad política son los partidos
políticos, que son portadores de los consensos o disensos entre fracciones de
clase o entre clases sociales, y que actúan como correas de transmisión para
reproducir y/o reformar las normas jurídicas y la institucionalidad política
del Estado, y mantenerlas adaptadas a las necesidades de la hegemonía de la
clase capitalista en un momento determinado.
El bloque hegemónico capitalista no es una realidad
estática o invariable, sino que se encuentra en constante movimiento. A su
interior, existen presiones de determinadas fracciones de la clase burguesa y/o
de las clases dominadas por asumir la dirección de las alianzas, e imponer así
su propio “sentido común” al resto de la sociedad en función de sus intereses
económicos estratégicos dentro del bloque histórico. Estas presiones incluyen
el interés por imponer su propia interpretación sobre el rol del Estado en el
desarrollo capitalista, sobre los regímenes de propiedad y explotación de la
tierra, sobre el régimen tributario, sobre el sistema monetario, sobre las
condiciones de participación del capital extranjero y sobre las relaciones
económicas internacionales, entre muchas otras cuestiones.
Estas disputas se agudizan cuando la fracción de la
clase burguesa que ha ejercido durante un período prolongado la dirección del
bloque hegemónico, de pronto pierde la capacidad de representar al resto de
fracciones de la clase burguesa y/o pierde credibilidad ante las clases
dominadas. Su discurso hegemónico empieza a perder atractivo y deja de
cohesionar a las clases sociales en torno a un proyecto común de desarrollo
nacional. Puede ocurrir por ejemplo que la fracción dirigente del bloque
hegemónico pierda credibilidad al mostrarse incapaz de generar mejores y/o
mayores condiciones para la acumulación del capital (inversión privada) y/o de
generar condiciones mínimas de redistribución del ingreso que mantengan bajo
control las demandas de la clase trabajadora. Su continuidad en la dirección
del bloque hegemónico puede comenzar a verse como una amenaza al “desarrollo nacional”
y/o al “bien común”.
En estas coyunturas se presentan crisis de hegemonía,
que se reflejan en el afloramiento de las contradicciones entre las fracciones
de la clase capitalista, que pueden desembocar en un cambio en la dirección de
este bloque. Una fracción o varias fracciones de la clase empresarial pueden
comenzar a luchar por tomar control de la dirección del bloque hegemónico para
reformar y/o tomar el control de la institucionalidad del Estado y ponerla en
función de un nuevo proyecto histórico burgués de desarrollo, mientras que otra
fracción o fracciones se resisten a este cambio.
¿Y las clases dominadas? ¿Y la clase trabajadora? Ante
la carencia de un proyecto y de un discurso contra-hegemónico propio, la clase
trabajadora y sus intelectuales orgánicos/as (cada vez menores en número)
suelen adherirse al nuevo proyecto y/o nuevo discurso hegemónico capitalista,
que les devuelve “la ilusión y la confianza” de que es posible lograr el
desarrollo nacional mediante la unidad, la democracia y el respeto al Estado de
Derecho burgués. Con ello, sin saberlo contribuyen a la renovación del
capitalismo y a postergar su propio proceso de liberación.
¿A propósito de qué hago estas referencias al
pensamiento de Antonio Gramsci en este espacio? En estos días, en que la
sociedad salvadoreña asiste a la puesta en escena de la “batalla final” por el
control de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, (el
máximo organismo en la interpretación de los derechos de propiedad en el bloque
histórico salvadoreño), pienso que podría ser de interés re-leer o comenzar a
leer a este autor. Me parece que no solo es necesario hacerlo para comprender
la esencia del enfrentamiento que protagonizan cotidianamente los intelectuales
orgánicos de las fracciones empresariales en pugna, sino sobre todo, es
necesario, para poder dimensionar las implicaciones negativas que para la clase
trabajadora tiene en esta coyuntura, la falta de un proyecto y de un discurso
contra-hegemónico al proyecto de dominación de la clase capitalista.
Estamos frente a una lucha por la dirección del bloque
hegemónico protagonizada por el sector empresarial de ARENA, que se niega a
ceder esta dirección al otro grupo de ese bloque, integrado por el sector
empresarial de GANA en alianza con el sector empresarial del FMLN. En esta
lucha por la dirección del bloque hegemónico se juega el control sobre la
interpretación de la norma constitucional que más se adapte a su proyecto de
hegemonía y/o que pueda favorecer o desfavorecer los intereses específicos de
las fracciones empresariales en conflicto.
Se trata de eso, no es una lucha entre la democracia y
la autocracia, no es una lucha entre la izquierda y la derecha, ni tampoco una
lucha entre el bien y el mal. De allí los llamados de uno y de otro de los
bandos enfrentados a conformar un nuevo pacto de unidad nacional bajo su
dirección: “un pacto nacional en defensa de la Constitución”, “un acuerdo
nacional basado en la legalidad”, “una amplia alianza en donde quepan todos los
signos ideológicos, incluyendo a las feministas”.
Los intelectuales y las intelectuales que se
consideran aún orgánicos al proyecto de revolucionario de liberación de la
clase trabajadora (es decir, los que aún no han sido incorporados al proyecto
capitalista de dominación) deben tomarse el tiempo para desentrañar la esencia
que se esconde detrás de la apariencia en esta coyuntura y redoblar esfuerzos
para orientar a la clase trabajadora (en particular a la juventud) sobre lo que
en realidad está ocurriendo y evitar una nueva escisión o fractura de clase,
que retrase aún más su proceso histórico de liberación. De lo contrario, se
corre el riesgo de terminar actuando (por ingenuidad, ignorancia o
indiferencia) como simples instrumentos de alguna de las fracciones de la clase
empresarial que se encuentra en pugna por la dirección del bloque hegemónico.
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